Borges y la matemática

La palabra Borges, que hoy se usa para designar eventos culturales, entregas de premios, calles y centros de estudios, alguna vez habrá servido (yo no existía y por eso no lo recuerdo) para nombrar a Borges. En aquella remota época, el nombre se usaría solo o –a lo sumo- antecedido del pronombre jorgeluis. Ahora es inevitable rodearlo de laberintos, bibliotecas, cuchilleros y nombres escandinavos.

Cuando yo era muy chico, mi madre me sugirió (con la benevolencia y obligatoriedad que llevan implícitas las sugerencias maternales) la lectura de Borges. Creo que mi padre no aprobaba esa idea por vanas razones políticas y le hubiese gustado que a mi me gustaran los clásicos. A los tres años me abrumaba con Mozart en el tocadiscos y llegó a regalarme un ejemplar de la Ilíada, lo que me alejó para siempre de la música clásica y la literatura griega.

A esa sugerencia materna (que nunca he agradecido suficientemente) debo la alegre compañía de la voz de Borges y el gusto por la literatura. Sobre todo lo primero. No hay un día en que no repita un verso o siquiera la feliz combinación sorprendida de un nombre y un epíteto.

No soy un hombre de letras y he desperdiciado mi juventud estudiando las leyes y la jurisprudencia. No soy capaz, en consecuencia, de juzgar o siquiera opinar sobre Borges, pero me gusta demorarme en sus felicidades.

Por eso, antenoche caminé las dos cuadras que me separan del Colegio de Abogados para escuchar la conferencia de Guillermo Martínez sobre “Borges y la matemática” y me volví tibiecito de ternura a mi casa.

La vanidad de los escritores suele ser infinita. En Guillermo Martínez, en cambio, tiende a cero. Entre ceros e infinitos nos paseó durante dos horas por los horrores y hermosuras de ese laberinto (Dios me perdone la palabra) inagotable que son los números.

Ayudado por un pizarrón, repasamos “La muerte y la brújula” para encontrar el error de Borges en el final del cuento, seguimos con Cantor, que convirtió la matemática en poesía, y nos demoramos en sus números transfinitos, en los que la parte no es menos copiosa que el todo.

Martínez desmintió a Xul Solar, que proponía substituir la notación decimal por una duodecimal, en la que doce se escribe 10. Esa innovación –nos dijo- de tremenda importancia práctica, no importa ventaja alguna para el pensamiento, al que le da lo mismo que los signos sean dos, diez, doce, o trescientos. De hecho, Funes, el memorioso, había ideado un sistema de numeración con muchísimos más signos. Ello no lo llevaba a pensar más ni mejor.

Con “El libro de arena” y “La biblioteca de Babel” nos asomamos a la idea de que el inhumano infinito no se lleva bien con las nociones humanas de “grande” y “pequeño”. Algo, en esta parte de la exposición, me recordó algunas palabras de Hermes Trismegisto. Por suerte, en ninguna parte de la charla traspasamos el límite que separa la matemática de la física y pudimos evitar cualquier referencia al universo realmente existente.

Creo que al final el tema era el de las series lógicas, tema de la novela “Crímenes Imperceptibles” de Martínez, llevada al cine por Alex de la Iglesia con el título de “Los crímenes de Oxford”. Me enteré entonces que los matemáticos han demostrado que dada una serie de tres números, cualquier número que se coloque en cuarto lugar –cualquier número- posee una justificación lógica. Es imposible, entonces, mencionar cuatro números al azar. Aquí terminó la charla, cuando ya estábamos a punto de caernos en el abismo metafísico.

La música –la idea es de Borges, claro- puede prescindir del espacio (nadie puede señalar el lado derecho de una melodía), pero necesita el tiempo, la sucesión. La matemática, en cambio, puede prescindir por completo del universo, porque es en realidad un universo.

Un universo compuesto de diez signos numéricos (en rigor, sólo necesita dos signos) y dos de operación (el + y el -, todos los demás son abreviaturas de aquéllos). Esos mínimos elementos son suficientes para crear un universo tan variado, completo, misterioso e insondable como el nuestro.

Al fin y al cabo, nuestro complejo universo repleto de planetas, dictadores, sílice, emociones, agujeros negros, jugadores de fútbol, desencanto; es también una combinación estremecedora de partículas elementales.

Comentarios

Briks dijo…
"conviene más tocar la guitarra!"
(Elquique - 1991)


ABRAZO!!
Ulschmidt dijo…
Ah, como lo envidio! Ir a una conferencia de esas es un verdadero lujo.
La seducción borgeana por los números aflora una y otra vez. Cuando rememora la máquina compositora de Jonathan Swift o cuando recuerda aquel rey inglés que promete al invasor noruego antes de la batalla: "seis pies de tierra inglesa y, ya que es tan alto, una mas"
Antares dijo…
Usted postea esto y yo sangro por la herida, Quique! Había visto el anuncio de la charla, pero después me metí en una de esas reuniones que te dejan la cabeza hecha un berenjenal y cuando salí me olvidé de mis intenciones de asistir. Si no lo leyó le recomiendo "Acerca de Roderer", la primera novela de Martínez que gira en torno a obsesiones matemáticas.

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