Boomp3.com Quería encontrar una canción para celebrar el día de la recuperación de las Malvinas (sí, dije celebrar) y no encontraba nada que no fuera la marcha de las Malvinas (que volví a escuchar después de muchísimos años en el acto de Cristina en el Palomar), algunos tanguitos un poco lacrimosos, una canción de copani no demasiado criolla y muy pocos etcéteras de excesiva corrección política. Cuando iba a darme por vencido, mi hermana mechi me reenvió un mail de algún ignoto corresponsal correntino con una hermosa canción cuya letra es de Julián Zini (el pai julián) y su musica es de Mario Bofill. Se llama "los ramones" y se trata de un chamamé. Ningún género me pareció más adecuado por un millón de razones evidentes y porque me gusta el chamamé. La comparto con ustedes con la alegría súbita, hermosa, irrazonada e infantil que sentí a los 10 años, cuando la directora de mi escuela en Oberá nos dijo que habíamos recuperado las Malvinas, y que revivo cada 2 de abril a pesar
“Moralito, Moralito se creía Que quizás él a mí me iba a ganar Y cuándo me oyó tocar Le cayó la gota fría” Emiliano Zuleta - “La gota fría” Enemistades El amor y el odio son sentimientos explosivos, que pueden menguar mucho –e incluso desaparecer- luego de una trompada o un revolcón. La amistad y la enemistad de los hombres pueden (y deben) prescindir de esas efusiones. A cambio, suelen ser más duraderas. La enemistad profunda y permanente entre dos personas puede no diferir demasiado de la amistad prolongada. El ejercicio de ambas requiere la perpetua repetición de rituales comunes y la existencia de un código compartido. En ambos casos sus protagonistas comparten mucho entre sí. Borges recordaba la historia de dos teólogos que dedican su vida a refutarse mutuamente y que, al morir, descubren que a los ojos de Dios ellos son una sola persona. Algo así sucede con la historia de Lorenzo Morales y Emiliano Zuleta. Se nos dice que luego de muchísimos años de ejerce
A pesar del diminutivo, Pradito no era un hombre menor en ninguno de los sentidos de la palabra. Se llamaba Leoncio Prado Gutiérrez y el apodo –Pradito- se lo puso su primer jefe militar, el capitán Manuel Villar, para diferenciarlo de su padre, Mariano Ignacio Prado, a quien de tanto en tanto le daba por ejercer la presidencia de la república. A juzgar por la conducta que ambos tendrían más tarde en la guerra del pacífico, el diminutivo le debió corresponder más bien al padre. Era una época en que no existía nada parecido a la adolescencia. A los nueve años, Pradito revistaba en la Marina de Guerra del Perú y a los doce, combatió en la batalla del Callao durante esa extraña contienda que enfrentó a España con Chile, Perú, Ecuador y Bolivia por el honor y el dominio de los excrementos de las gaviotas. La destacada actuación en esa batalla le valió a Pradito el reconocimiento de sus jefes, pero también la amistad y el respeto de los militares chilenos que combatieron a su lado. Era
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