Modos ejemplares de ser fusilado (XIII): el gaucho Cabituna
Un fusilamiento por error, que hay muchos.
Los hechos sucedieron durante la revolución nacionalista de 1874, cuando
Mitre y Arredondo se levantaron contra Sarmiento. Un coronel tucumano, Julio Argentino
Roca, comandaba la represión contra Arredondo, en Cuyo. Lo iba siguiendo
despacito, sin atacarlo, para agotarle las fuerzas.
El depuesto gobernador de Mendoza se estaba reorganizando y necesitaba
enviarle un mensaje a ese joven coronel. Eligió para ello al más confiable de
sus hombres –el gaucho Cabituna- dueño del mejor caballo que jamás había
galopado por Mendoza. Un colorado hermoso.
-Vaya con cuidado, Cabituna –le dijo-. Evite los caminos y no pare. Hay
espías de Arredondo en todas partes. Confíe solo en las patas de su caballo.
-Descuide. El potro nunca me falló.
Cabituna dobló con cuidado el pequeño papel que le entregó el gobernador
y lo escondió en la herradura del caballo. Cabalgó veinte horas seguidas
esquivando los caminos, sin comer y sin dormir; pero paraba cada tanto unos
minutos para que el animal no se canse.
-Tranquilo, Colorado, ya casi llegamos –le decía con dulzura en las
orejas.
Ya muy cerca del campamento de Roca, se apeó por primera vez junto a un
arroyo y se lavó la cara, para estar presentable. Cuando llegó por fin ante el
jefe de las tropas leales, apenas saludó y le extendió el papelito. Cabituna
era hombre de pocas palabras.
El coronel Roca leyó el mensaje con detenimiento y gesto de
preocupación. Miraba de reojo al mensajero. Junto a él, tres señorones
mendocinos vestidos de civil murmuraban:
-No se confíe, coronel. Mírele la pinta al chasque. Fresquito y con la
cara limpia. ¿Y dice que cabalgó veinte horas? No hay que creerle.
-Fíjese en el caballo, coronel. Ni cansado parece.
-Yo lo tengo visto al gaucho, coronel. Es un espía de Arredondo, seguro.
Roca los escuchaba mientras miraba a Cabituna con detenimiento. De
reojo, semblanteaba también al caballo. Por fin, dijo algo:
-Yo creo que ese caballo tan bien entrazado no pudo haber cabalgado
veinte horas. Yo creo que usted es un gaucho mentiroso. Yo creo que lo mandó
Arredondo para espiarme y lo voy a fusilar. Diga algo en su defensa.
Cabituna era hombre de pocas palabras y mucha dignidad. Solamente dijo:
-Si me fusila, mata a un inocente.
En el lugar se encontraba también el teniente Ignacio
Fotheringham, que hizo una sugerencia sensata:
-Matemos al caballo
para ver si en las últimas horas ha comido.
A Cabituna se le
hizo un nudo en la garganta. Hablaban del Colorado, el caballo que era su
orgullo y su mejor compañero. Sintió lo mismo que si amenazaran a su mujer o a
sus hijos.
-El animal es
inocente, señor –dijo.
Roca ya no dudó.
Apenas se dio vuelta para mirar a uno de los soldados de su custodia y, señalando al mensajero, dijo:
-Péguenle cuatro
tiros.
ElQuique.
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